Este domingo es Día del Padre. Una fecha para abrazar, agradecer, recordar… o simplemente pensar en ese hombre que, de una u otra forma, marcó nuestra vida.
Ser papá no es solo dar la vida o llevar un apellido. Es estar, aunque a veces no se pueda en cuerpo, pero sí en el esfuerzo, en los detalles, en el corazón. Es enseñar con el ejemplo, cuidar sin decir mucho, trabajar hasta el cansancio para que a sus hijos no les falte nada. Ni siquiera ese “poquito más” que muchas veces significa un sacrificio.
Y sí, también es verdad que hay padres que se ausentan, que no están en casa todo el día… pero no por desinterés, sino por amor. Hombres que se van antes del amanecer y regresan cuando ya todos duermen, con el alma cansada pero el corazón lleno, porque saben que lo hacen por sus hijos. Que no siempre pueden jugar, pero sí asegurar que el refri esté lleno. Que no están en la foto del colegio, pero sí en cada logro que ayudaron a construir desde las sombras.
Muchos niños crecen viendo a su papá como su primer héroe. No uno de capa y superpoderes, sino de manos trabajadoras, mirada firme y corazón grande. Un héroe que los apoya, que los levanta cuando caen, que cree en ellos incluso cuando el mundo duda. Un papá es la fuerza silenciosa que sostiene los sueños de sus hijos… aunque no siempre lo diga en voz alta.
Y luego, el tiempo pasa. Y muchos de esos hombres que trabajaron sin parar para ser buenos padres, se convierten en algo más: en abuelos. Y ahí, algo cambia. Porque ahora sí tienen tiempo, y lo dan todo. Aman sin prisa, cuidan con ternura, juegan sin reloj. Muchos abuelos son esos papás que, en su momento, no pudieron estar… pero hoy se entregan con todo el corazón, como si la vida les diera una segunda oportunidad.
En tiempos donde los roles tradicionales han cambiado, también es justo reconocer a los nuevos padres: los que crían con ternura, los que desafían estereotipos, los que abrazan la responsabilidad con orgullo y sin miedo a mostrar afecto. Padres presentes, que no solo están, sino que participan y se involucran.
Por eso, hoy más que nunca, vale la pena detenernos. Pensar en ellos. En los que están, en los que se nos adelantaron, en los que hicieron lo mejor que pudieron. En los papás que abrazan, que guían, que lloran en silencio. En los que están aprendiendo a ser papás distintos, más presentes, más abiertos, más cercanos.
Este Día del Padre, no lo hagamos solo de regalos. Regalemos lo más valioso: palabras sinceras, abrazos reales, tiempo compartido. Porque al final, eso es lo que queda.
Feliz Día del Padre a todos los que dejan huella… incluso sin darse cuenta.