Cada 30 de abril celebramos a quienes le dan sentido a nuestros días: los niños. Pero más allá de los globos, los festivales escolares y los regalos, este día es una invitación a mirar con el corazón. Quienes tenemos hijos lo sabemos bien: un niño no necesita lujos, necesita miradas que lo comprendan, brazos que lo abracen y voces que le digan que es amado, siempre.
Ser padre o madre es una de las experiencias más desafiantes y, al mismo tiempo, más hermosas que puede vivir una persona. Nuestros hijos nos despiertan una sensibilidad dormida. Nos hacen recordar lo que fuimos, lo que soñamos y, a veces, lo que olvidamos. Nos enseñan con su risa, con su llanto, con sus preguntas infinitas. Nos empujan a ser mejores, no por obligación, sino por amor.
Este Día del Niño también es para nosotros, los adultos. Es un llamado a no perdernos en la prisa, a no ceder todo el tiempo a las pantallas ni a la rutina que consume lo importante. Es una pausa para preguntarnos si estamos ahí, de verdad. Si cuando nuestros hijos nos hablan, los escuchamos con los oídos y con el alma. Si estamos sembrando en ellos confianza, alegría y seguridad para que mañana enfrenten el mundo sin miedo.
Pero también es un recordatorio social. No todos los niños tienen infancia. No todos tienen un techo, comida caliente o una caricia al final del día. Es nuestra responsabilidad, como sociedad y como seres humanos, levantar la voz por ellos, exigir que se cumplan sus derechos y construir entornos donde puedan crecer con dignidad.
Hoy, en El Reportero, abrazamos a cada niña y niño, no sólo de Hidalgo, sino de todo México y del mundo. Y también abrazamos a sus padres, madres y cuidadores, que con errores y aciertos, hacen todo lo posible por darles una vida mejor.
Porque los niños no solo son el futuro, como solemos decir. Son el presente más tierno, más noble y más sincero que tenemos. Y cuidarlos es, en esencia, cuidarnos a nosotros mismos.