En un espectáculo celestial que dejó boquiabiertos a millones de mexicanos, el país se detuvo en asombro el 11 de julio de 1991 para presenciar el eclipse total de sol. Desde el norte hasta el sur, la nación se sumergió en la oscuridad durante unos minutos, mientras el sol desaparecía gradualmente detrás de la luna.
En la Ciudad de México, miles de personas se congregaron en plazas y parques, equipadas con gafas especiales y telescopios, para observar el fenómeno astronómico. La emoción era palpable en el aire, con niños y adultos maravillados por la rara oportunidad de presenciar un eclipse total en suelo mexicano.
En lugares como Baja California, Sonora y Chihuahua, donde el eclipse fue visible en su totalidad, se montaron eventos especiales con la participación de astrónomos y científicos, que explicaban el proceso y compartían datos interesantes sobre el evento astronómico.
Sin embargo, el espectáculo no estuvo exento de preocupaciones. Las autoridades emitieron advertencias sobre los peligros de mirar directamente al sol sin protección adecuada, y se instó a la población a utilizar gafas especiales o dispositivos de observación seguros para evitar daños en los ojos.
A medida que la luna se movía lentamente frente al sol, la temperatura descendió y la atmósfera se llenó de un aire casi mágico. Las aves dejaron de cantar, la gente murmuraba en asombro y la oscuridad se extendía sobre el paisaje.
Finalmente, cuando el sol volvió a emerger lentamente de detrás de la luna, la multitud estalló en aplausos y exclamaciones de asombro. El eclipse total de 1991 dejó una marca imborrable en la memoria de todos aquellos que lo presenciaron, recordándoles la belleza y la majestuosidad del universo que nos rodea.